Perdona nuestras ofensas

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En la lista de Netflix se encuentra un cortometraje de tan solo 10 minutos, que inicia con la frase: “La prueba de la moral de una sociedad es lo que hace por sus niños”, de Dietrich Bonhoeffer.

La historia narra la forma en que Hitler utiliza a los maestros para adoctrinar a los niños con sus ideas descabelladas y hacer parecer sus acciones como un bien económico y social.

En este caso, el asesinato de las personas con alguna discapacidad, sin importad la edad, incluyendo menores de edad, haciéndoles ver que su manutención cuesta el doble que una persona sana.

La maestra mediante una ecuación en el pizarrón explica que si el costo de una familia es de 5.50 para vivir al día, y el costo de alimentar y mantener a una persona con una enfermedad hereditaria es de 12 pesos al día, – pregunta: ¿cuál es la diferencia en costo perdido para los alemanes?

-Bueno, si cuesta tanto cuidar a estas personas, ¿qué hacemos? – cuestiona un niño y de inmediato responde otro – ¡Los matas!

Según la historia, en 1939 Hitler implementó la operación “Acción T4” que condujo al asesinato de 300,000 discapacitados –muchos de ellos niños- y la esterilización de 400,000. Esto desarrolló la tecnología de la cámara de gases de los campos de concentración.

Este cortometraje titulado “Perdona nuestras ofensas”, me mueve a la reflexión, ¿cuántas ofensas nos tienen que perdonar a nosotros?, por los asesinatos, abusos sexuales, el total abandono, perdidos en la drogadicción, sin alimento, sin hogar, sin escuela en el que se encuentran miles de niños y niñas mexicanas, víctimas del desprecio de las autoridades, la irresponsabilidad de los padres y de una sociedad invidente, carente de sensibilidad y solidaridad para atender esta problemática social que nos ataña a todos.

Ningún cálculo puede determinar el valor de una vida. ¿En qué momento nos perdimos, nos deshumanizamos, dejamos de percibir el dolor ajeno,

la necesidad del otro, el grito desesperado del que no tiene nada?

No podemos seguir impávidos, indolentes ante las carencias y el dolor ajeno. Debemos despojarnos del egoísmo que nos hace ciegos a las necesidades de los desamparados, llenar los corazones de amor que humaniza, volver la mirada a la esperanza de que somos capaces de conformar un mundo mejor, en armonía y concordia, donde cambiemos lo mío a lo nuestro.

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