Licor barato
y miles de
lágrimas
desperdiciadas.
Soplando a
la fuente de
luz de las veladoras,
admirando
la oscuridad
y el deseo de
adentrarme
para poder
alimentar a los
demonios.
Quemaduras
de cigarro,
el aire ya no
es necesario.
Soy un monstruo
viviente, la mítica
figura a la que
todos temen.
Otro de tantos
ángeles caídos,
sin oportunidad
alguna del
perdón.
No soy realmente
algo, no somos nada.
Más que el suspiro
perdido en la brisa
invisible y ésa
cicatriz oculta
de la que nadie
habla.
Marchemos por
la vida,
los traumas,
el dinero,
los benditos psiquiatras y
los lujos no merecidos.
Por un mundo
en el que reina la injusticia
y el alma más
pura termina por
jadearse en sobredosis y
eternamente olvidada
por los siglos
de los siglos,
amén.