Nueva versión de ¿Quién se llevó mi queso?

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Irma Targelia anunció, con platillos y cornetas. !Yo llevo un queso panela, en canasta, un kilo como botana para todos!. Llegó a la mesa, abrió el maletín donde guarda la ropa interior y puso la pieza láctea al alcance de todos los comensales griegos, pero no la cortó en lajas, ante la mirada imperturbable de Pericles, Equión y Al Tarif, este último recién llegado de Persia, con gruesos anteojos y cachucha de turista veneciano. Gaby Aspasia, la de las piernas turgentes, ignoró el incidente y se puso a pelear con una bolsa que se resistía a soltar las piezas de pollo doradas al carbón destinadas a su señor padre, Solón, el de la mente abierta, inteligente y serena.

Hepzibai y Cleo, los anfitriones, esperaban, también, las rebanadas de queso como botana, desdeñando las semillas, churritos y papas enchiladas llevadas por Al Tarif, preceptor del arte y la cultura que se cuidaba, del mismo modo, de omitir los alimentos con leche de vaca pesada e hiriente, enemiga de la flora estomacal. No toma leche, para acabar pronto.

Zenón y Janipa, su mujer, al fondo, no perdían detalle de las maniobras culinarias que esperaban con ansia. Copas de vino tinto calmaron sus angustias y se fueron sobre los chicharrones arriscados hechos chatarra que alguien de los presentes aprontó, también, como botana, la que se toma con vino, jamón, aceitunas, papas con chile y queso. Pepinos, esos sí, transformados en rebanadas por un cuchillo que iba de mano en mano, amenazante y filoso, acudieron en auxilio del panela fantasma, rociados de chile piquín, rojo y ardoroso.

Hepzibai, calvo y de cúpula rosada, los imitó copa y chicharroncitos en mano, de estos últimos una y otra vez hasta que Cleo, su mujer, hecha de coraje y sangre, inteligente, con emociones y opiniones, le ordenó: !ya no comas antojitos, evita los reflujos, los vómitos y los ardores de panza. HZB abrió las dos manos, dejó caer los chicharroncitos y alimentó a los de abajo, los perritos que siempre que llega al ágora, le hacen caravanas, frotan sus narices con sus piernas, y lo abrazan.

Kurda Sarah, desde su rincón cercano al baño, se refocila con lo que ve, tienta y gusta y espera, paciente, a que alguien le ponga a su alcance, pepinos, cacachuates y semillas, pero Al Tarif y su mujer, Narcisa, no sueltan prenda y

acaparan los chuchulucos plagados de azúcar, sodio y grasa, propios para chipiles desentados.

La algarabía resultante del reencuentro entre los compañeros de trabajo, involuntariamente dejó en el olvido el anunciando queso panela, que en cuestión de minutos comenzó a desaguarse en suero en la canasta que le servía de guarida. Nadie sabe y nadie supo, hasta ahora, el rumbo que tomó, no dejó huella, se alejó rodando y se sumió en el misterio.

Cadmio llegó presuroso junto con su mujer Semiele y su hija Dejamira, prendió el comal y en tiempo récord preparó una discada de camarón pelado, la vació en una olla de barro fabricada en el Peloponeso y la puso en un extremo de la mesa, custodiada celosamente por Al Tarif y el sujeto de la calva.

A taco y taco, los presentes acabaron con la discada, brindaron con cerveza y vino tinto y a las seis de la tarde, ahítos, exclamaron: “Nos vamos, alegres y contentos, gracias por tu hospitalidad Hepzibai y gracias por tu alberca: nos refrescamos pies y mente”. La alberca, les dijo, “no es mía, es de Cleopatra”.

Se fueron, en efecto, pero alguno de ellos se llevó el queso panela y ahora se hacen los desentendidos. Hepzibai se convirtió en fiscal y con la ayuda de Al Tarif, inició las averiguaciones entre los dilectos amigos, entre los cuales, especuló, está el que se llevó el queso. Ratones no hay y por lo tanto, la gruesa rodaja se oculta en las mochilas de los sospechos. ¿Quién es? Irma Targelia, la de los labios de fresa con crema, se hizo la inocente, lo mismo que Gaby Aspasia, Narcisa y Kurda Sarah. “Lo pusieron de aderezo en la discada de camarón, fue su defensa, ignorando que el camarón no lleva queso panela, sólo colesterol acompañado de rajas de chile morrón, cebolla, tomate y cilantro y las migajas de los que mastican chicharroncitos encima de la olla.

El queso, por lo tanto, se volvió humo, no dejó huella y se tiró a la aventura buscando otras mesas donde los comensales, aprecian su valor alimentario, fermentado en leche cuajada, preferido por los egipcios en sus tardes de luna, de sol y de estrellas. Hepzibai, volvió a soltar una lágrima, hecho un ovillo en el cojín donde reposa sus sueños, porque nuevamente se quedó sin queso… ni pollo.

(Taylor Caldwuell, autora del libro “Gloria y Esplendor” aportó los nombres que aquí se citan, con la idea de que su obra -719 páginas-, sea leída, completa, a nivel regional y sepan los lectores quienes fueron Fidias, Anaxágoras, Hecate, las Hades y Pericles, el gran amor de Aspasia, la de los senos lechosos: -Ah, amado mío, querido mío, mi amor y mi dios. Espérame. No me olvides. Le decía Aspasia cada vez que aquel picoteaba trozos de queso panela en la Acrópolis).

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