Son las 10 de la mañana, tomo un sorbo de café y miro al computador sin saber sobre qué escribir. A veces suele suceder, despiertas por la mañana agotada luego de una larga semana de trabajo, anhelando la noche para saborear una gota de alcohol y ponerte a bailar al son de la música, enloqueciendo y soltando tu cabello para sentirte libre.
Pero aún hace falta algo, una emoción suficientemente fuerte para volverte eufórica, pero eso ya no existe tras los fármacos que adormilan un poco mi sistema límbico, debo admitir que en ocasiones: extraño mi locura.
Entonces ya no sé quién soy, rodeada de la gente que me ama y yo amo también, pero al mismo tiempo siento no conocerlos. Me pierdo en sus pupilas, todo luce borroso mientras yo doy vueltas dentro de mi mente y sólo me explota la risa.
Una carcajada suculenta, un sueño mientras estoy despierta y una realidad surrealista que admiro y percibo con todos mis sentidos mientras se hace eco la voz de todos a mi alrededor. Por primera vez ya no importa nada.
Hay una sombra que me representa y se sienta a mi lado: Sólo soy yo, conmigo.
Y se siente jodidamente bien.